miércoles, 13 de noviembre de 2013
sábado, 28 de septiembre de 2013
La investigación en la comunicación desde Lazarsfeld. Cuadro e información.
http://es.scribd.com/doc/171795493/Taller-de-Estudios-de-Opinion-Tarea-1
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martes, 3 de septiembre de 2013
Exposición: Métodos de investigación. Hipótesis
Link para visuaizar.
http://es.scribd.com/doc/165147676/EXPOSICION-Janet-Verdin-Rojas-pdf
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Exposición: Nuevo espacio público.
Link para visualizar.
http://es.scribd.com/doc/165147677/Exposicion-Nuevo-Espacio-Publico-pdf
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jueves, 9 de mayo de 2013
martes, 7 de mayo de 2013
Evaluacion del Programa Rescate Espacios Publicos
http://es.scribd.com/doc/139897285/Equipo-Trabajos
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lunes, 6 de mayo de 2013
El Periquillo Sarniento
Ana
Laura Palacios Aldana
El
Periquillo Sarniento es una novela picaresca. Su personaje central es un
pícaro, un vagabundo ocupado en sobrevivir, que cuenta su vida. Sus días en la
escuela y en la universidad, como las alas compañías lo arrastran al juego, al
hospital y a la cárcel; como la fortuna
le sonríe o le vuelve la espalda.
El
Periquillo cambia muchas veces de patrón y de oficio, recorre la capital y sus
alrededores, viaja a Manila, tras un naufragio llega a una isla en el mas de la
China, y regresa a su patria para seguir sus aventuras.
Pero
también nos da buenas lecciones a cada persona que lee este libro, porque nos
enseña a como valorar todo lo que tenemos y cada una de las oportunidades que
te llegan.
Tema:
Omar Martínez Amador y su imagen política en Huauchinango, Puebla., 2011-2014
Ana Laura Palacios Aldana
Hipótesis
El mal gobierno de Omar Martínez
Amador en Huauchinango, Puebla, se debe al mal desempeño de sus labores en su
gestión 2011-2014 y por la inconformidad de la gente.
Introducción
Omar Martínez Amador es un hombre que
se ha dedicado a buscar solo su propio bien común, por que anteriormente su
hermano Carlos Martínez Amador fue también presidente en Huauchinango, Puebla.,
y todo pero absolutamente todo lo hacía Omar Martínez, siempre ha sido un
egoísta con las personas y más con las personas que son humildes, todo esto lo
ha llevado a ser rechazado por personas de clase media, ya que él ha obtenido más
poder dentro del municipio, ha engañado a bastante gente.
Desde la campaña de Omar Martínez
Amador, se ha visto q es un controlador y que no acepta perder…… tanto como su
hermano Carlos y el eran Priistas, y como Omar no gano la precandidatura para
el Partido Revolucionario Institucional (PRI) se cambio al Partido Acción
Nacional (PAN) .
Durante la pasada contienda electoral, Omar Martínez
Amador, realiza una coalición con
tres partidos políticos conformando
la coalición Compromiso por Puebla integrada por los partidos: Partido de la Revolución Democrática, Partido Nueva
Alianza, Convergencia y el Partido Acción Nacional, partido que él representaba,
para así lograr su candidatura.
En el entendido que la coalición se
considera como:
Coalición: unión o
alianza entre distintas naciones, grupos políticos o personalidades con una
finalidad común y por una duración determinada. Se ha dado el nombre de
coaliciones a las ligas integradas por
diferentes partidos o grupos, para conseguir un fin concreto. (Ramírez
Aguilera, 1997)
Pero ciento que también importa mucho
la imagen pública ya que se ha convertido en un medio para la obtener el poder,
por medio de mensajes que transmitan a los electores identidad, confianza,
certidumbre y credibilidad, y el presidente Omar Martínez amador no se ha
podido ganar. La democracia con poca participación por parte de la sociedad y
los pocos que participan de ésta se fijan en los candidatos más por su
personalidad y por su imagen que proyectan que por sus ideas y su compromiso con la
sociedad.
Por lo tanto en estos casos la imagen
se vuelve importantísima para los candidatos con el fin de lograr penetrar en la mente de los electores.
Tener una buena imagen física, buen dominio de mensajes, correcta actitud,
entre otras constituyen la piedra angular de la imagen pública, ya que estos
aspectos crean en el elector una opinión acerca del candidato y con esto toman
sus decisiones a la hora de emitir su voto., y para el solo le importa el
dinero y el poder que pueda lograr, ya que para él la democracia y la
participación no existe en su
vocabulario.
Desarrollo
En
todo proceso político los contendientes realizan una serie de estrategias para
garantizar su triunfo o lograr éxito, en el caso del proceso electoral que se
llevó a cabo en Huauchinango, Puebla en el año 2010, no fue la excepción.
es darnos cuenta que para Omar
Martínez Amador fue de gran importancia la imagen pública que fue construyendo
en el transcurso de la campaña electoral, la cual lo llevo a ganar las
elecciones para presidente en Huauchinango. Puebla. Javier Sánchez Galicia
(2003) en su libro Hacia el nuevo modelo de la comunicación política, Marketing
y elecciones menciona que la imagen pública es:
[…] La combinación de
la imagen, razón y sentimiento, no se da de manera lineal, sino en la
construcción de los mensajes, y es el mejor instrumento.
Es claro y contundente decir ahora que
la imagen de un candidato es la percepción que tienen los ciudadanos de su
carácter interno, una impresión construida a partir de su apariencia física,
estilo de vida, porte, acciones, conducta y modales. Además Sánchez Galicia y
Aguilar mencionan que:
La
imagen no lo es en los aspectos físicos
del aspirante, sino en la manera en que ha entrado en la mente del elector, el
lugar que ocupa y los atributos que le reconoce.
Por lo tanto hay que considerar que la
imagen pública es compleja y atreverse a dar consejos para mejorarla resulta
delicado y pretencioso. La imagen es tan fugaz, relativa, dinámica y
misteriosa, que resulta casi imposible dar consejos para desarrollarla o
mejorarla.
De esta manera para posicionarse, los
políticos necesitan lograr “tomar posición” o conquistar a una masa crítica de
electores, logrando fijar tres o cuatro atributos o “etiquetas” positivas en
sus mentes, construir su imagen pública.
Ana Vázquez Colmenares (2005), en su libro La imagen en el posicionamiento de
un candidato nos dice:
Se trata entonces de una
batalla de percepciones y opiniones; además de la percepción, que se refiere al
acto de reconocer la identidad del candidato, esto es la forma en que se
registra el candidato y memoriza aquellos rasgos que lo hacen diferente de los
demás.
Por
ello existe un proceso de construcción de la imagen pública, donde la
percepción es el extremo opuesto al emisor, es decir, en el elector como
plantea Joan Costa (1999).
La imagen se hace, no nace. Se requiere
creación, manejo y control de una imagen pública. La imagen es producto de los
estímulos recibidos a través de los sentidos, los cuales también incitan a
actuar. Cualquiera puede mejorar su imagen: lo que necesita es el autoanálisis,
la meditación y el propósito de mejorar.
Es preciso mencionar que la imagen es
un resultado; la imagen produce un juicio de valor en quien la concibe; la
opinión que den del político se convertirá en su realidad. Puede ser una
realidad ficticia, pero es lo que la gente ve o quiere ver. Si alguien quiere
ser candidato a presidente, lo primero que debe parecer es presidente.
Todo político debe buscar ser
percibido como una persona afectiva, carismática, confiable, ingeniosa,
dinámica, enérgica, generosa, gentil, feliz, honrada, amable, modesta,
optimista, capaz, letrada, culta, sensible y propositiva.
La imagen pública no es
el hombre entero, total, de carne y hueso, sino las dimensiones de su
personalidad.
Es demasiado evidente que la gente
decide mayoritariamente basada en sentimientos. Sus emociones juegan un papel
importante en la toma de decisiones. Es decir: la habilidad para tomar
decisiones está gobernada más por las emociones que por la razón.
Conclusión
He llegado a darme cuenta que la
mayoría de los candidatos que para ganar son tan barberos, y que no se dan
cuenta de lo que significa realmente la política.
Ya que solo les importa ganar y solo
ganar, y a los demás no se les da nada, y son por ellos o digamos que por
nosotros ellos ganan.
Bibliografía
Martín Salgado, Lourdes. Marketing político, Arte y ciencia de la persuasión en
democracia. Ediciones Paidós, Barcelona,
4ta Edición 2002.
Rafael Ramírez, Aguilera y Rafael
Ramírez Victoriano Breve diccionario de la Ciencia Política. Ediciones
Mensajero, 1997.
Sánchez
Galicia, Javier y Aguilar García, Elías. Razones de voto, Manual de
comunicación electoral. Instituto Internacional de Estudios sobre Comunicación
Política, grupo kratos, 1era edición 2004.
Sánchez
Galicia, Javier. Treinta Claves para entender el Poder, Léxico para la nueva
Comunicación Política. Editores Piso 15, 1era edición, 2010.
Un
revitalizador para los regímenes democráticos: La alternativa de la democracia
deliberativa
Gerardo
Daniel Mendoza Lamegos
INTRODUCCIÓN
El presente trabajo abordara el tema
de democracia deliberativa como una posible alternativa para revitalizar los
sistemas democráticos, debido a que los sistemas representativos tienden
(irónicamente), a presentar crisis de representación política, entre otros
problemas que ya vislumbraremos a lo largo de esta investigación. Nuestro
análisis comprenderá una revisión teórica de algunos de los principales exponentes
de la teoría democrática.
La creciente apatía política dentro de
los países que se hacen llamar democráticos, así como las crisis en el debate
público y la ausencia de una participación ciudadana activa; muestra los
síntomas característicos de las crisis de una democracia representativa. Más
cómo abordar este tema debido a las distintas formas que se le confieren ¿forma
de vida o ideal? ¿Régimen o gobierno? ¿Teoría o procedimiento? Estas preguntas
son a veces lo que lleva a cuestionarnos ¿qué es la democracia?; incluso ¿cómo
poder distinguir qué países son democráticos y cuáles no? E incluso para
nuestra causa ¿cómo saber que un sistema democrático está en crisis? Y ¿cómo se
revitaliza un sistema democrático?
La última pregunta es la que girara en
torno esta investigación que pretende ofrecer una posible respuesta y solución
para rescatar al continuo paciente de nuestra ciencia: la democracia.
Los problemas arriba mencionados son a
mi parecer, asuntos de inmediata atención; pues muestran el paulatino detrimento
de un sistema que rige en una gran mayoría a los países de hoy día. Si alguna
vez estos países abrazaron la alternativa democrática para solucionar sus
problemas, estos seguramente abrazaron también un modelo democrático
(específicamente el de la democracia representativa) que se ha perpetuado, y es
ahora el status quo de las democracias modernas. Tal vez este modelo era idóneo
para los países con democracias incipientes y una cultura política joven que
comenzaba a entender los beneficios y alcances de esta forma de gobierno. Pero
parece ser que las democracias nunca exploraron una alternativa que diera un
giro hacia la plena participación y hacia la plena representación; ya sea
porque el ciudadano medio nunca abandono la inopia que lo ha acompañado durante
siglos, o por la simple conveniencia de una elite que disfraza la represión o
su permanencia con una careta democrática. Pareciera ser que esta forma de
gobierno sirve para un gobierno de políticos y no de ciudadanos. Dicho lo
anterior ¿cómo solucionamos los problemas que subyacen (en su mayoría) en la
centralidad del poder político que se legitiman en los métodos electorales
propios de las democracias representativas modernas?
La presente situación me llevo a
inferir que las democracias representativas son sistemas cerrados (que
centralizan del poder y la toma de decisiones e inhiben la participación
política ciudadana) que tienden a presentar crisis de representación política,
por lo que para revitalizar los sistemas democráticos es necesario implementar
un modelo deliberativo de democracia que descentraliza el poder en la inclusión
y diálogo de los ciudadanos en la toma de decisiones públicas.
El tema que voy a desarrollar, lo
considero de suma importancia, debido a la controversia y reflexión que se
deben de realizar para presentar una alternativa que revitalice las democracias
modernas y que genere además una visión distinta del ciudadano que reivindique
su papel en el quehacer público. Tan solo para nuestro país nos llevaría
cuestionarnos si vivimos en una cultura democrática o que tanto sabemos de la
democracia. Este tema esta relacionado con mi carrera las ciencias políticas,
pero también pueden agregarse otras disciplinas como la sociología, el derecho
y la filosofía que son más que invitadas a que se agreguen a esta discusión
para que se enriquezca. Abordare de manera que interese al lector y lo motive a
la reflexión. Esta investigación, es un poco difícil de realizar, debido al
corto tiempo en el que se tuvo que elaborar, pero no por eso descuidando los
lineamientos marcados por la maestra, sin embargo no así en el aspecto de forma
y el desarrollo de algunos puntos que hubiera querido describir más. A pesar de
esto, el trabajo cumple con los requerimientos de una investigación de las
ciencias sociales.
En esta ocasión me propongo analizar
las debilidades de la democracia representativa y proponer una alternativa
deliberativa para los sistemas democráticos. Por lo que describiré los límites
de la democracia representativa e Identificaremos los elementos que revitalizan
la democracia por lo que cabe proponer instrumentos Democratizadores
Para desarrollar la presente
investigación, me adentre a dos teorías democráticas totalmente contrarias y la
cuáles presentare a lo largo de esta investigación, las cuales son: la teoría
de la democracia elitista y la teoría deliberativa de la democracia. La primera
defiende los mecanismos representativos implantados en las democracias modernas
y una exclusión de los ciudadanos en los asuntos públicos y reduciendo su
participación a asuntos meramente electorales; sus exponentes teóricos más
representativos son: Sartori y Dahl. La segunda teoría expone una inclusión
ciudadana más activa que implica una intensa deliberación para la toma de
decisiones públicas y exige una descentralización del poder para incluir una
representatividad más personalizada por parte de la ciudadanía, aquí tenemos
exponentes como: Nino, Cohen y Elster. Estas visiones se contrastaran a lo
largo de esta ponencia y veremos las debilidades y fortalezas de cada una, así
como también los que falta por hacer para generar un cambio en nuestra realidad
inmediata y reformar un ideal que desata las más profundas pasiones como lo es
la democracia. Si hoy el hombre no ve más allá de otra alternativa que no sea
la de la democracia misma, es tal vez porque ve en ella la posibilidad de ser más
libre, más fácil y más dueño de su propio destino. Y si defender esa causa es
el resultado de nuestra ciencia no veo el “por qué” de no dirigir nuestros
esfuerzos hacia ese objetivo.
La presentación de este trabajo se
divide en tres capítulos. El primero tratara sobre una disertación sobre las
distintas concepciones democráticas, donde encontraremos posiciones distintas y
daré un breve esbozo sobre la alternativa que propongo en la democracia
deliberativa.
En nuestro segundo capítulo
revisaremos los límites de la democracia representativa y conoceremos los
efectos negativos que surgen a través de esta.
Y por último, llevare una detallada
presentación de la democracia deliberativa para conocer de qué manera esta
puede revitalizar los regímenes democráticos.
1
¿Qué democracia?
1.1 Concepciones
democráticas
Un
primer obstáculo para empezar este difícil camino que conlleva hablar de
democracia, es entender lo que significa esta o lo que queremos entender de
esta. No es fácil, pues según nuestra definición que le conferimos, será el
juicio para afirmar lo que es, lo que puede llegar a ser o lo que debería ser
la democracia (Sartori, 2007). En ese sentido tenemos tantas posturas como
teorías y teóricos contrapuestos. Estos normalmente se diferencian por una
argumentación que defiende una postura referente al papel que le confieren a
los ciudadanos y a las elites, en las que varia el protagonismo de ambos. Unas
veces se pretende reivindicar el papel primordial que tienen los ciudadanos
para realmente conferir el nombre de “gobierno del pueblo” que tiene la
democracia, y en otras ocasiones, se aboga por un protagonismo de las elites
que tienen una capacidad más calificada para dirigir el sistema y reducir el
riesgo de que un pueblo ignorante lo conduzca.
Posturas
como las anteriores son las que encontraremos en un basto repertorio de teorías
democráticas, entre las que se encuentran: la teoría elitista de la democracia,
la democracia participativa, la democracia directa y la democracia
deliberativa. Son tantos caminos a seguir que a veces es inevitable preguntar
¿qué democracia? Y eso, en tantas ocasiones es lo que fundamenta que los
cientistas de la Ciencia Política
nunca se cansen de hablar de democracia y de preguntar ¿qué democracia?, o que
incluyan una nueva teoría para tratar de responder a esta pregunta, que
pareciera no tener una respuesta única y viable.
Por
lo anterior, cabría entonces hacer una breve revisión de estas teorías, que
generan posturas democráticas e identidades de los cientistas que las defienden
y de los que estarán por sumarse para ocupar un lugar en esta interminable
discusión, que pocas veces ofrece consenso entre nuestra comunidad y una
alternativa tangible para la sociedad.
1.2
¿La democracia es incluyente o excluyente?
Como ya he
mencionado antes las diferentes teorías democráticas se distinguen por el papel
que se les confiere en el quehacer público a las elites y a los ciudadanos. Así
que comenzamos por una teoría que causo la reacción de varios cientistas debido
a que asegura que la participación ciudadana en la toma de decisiones públicas
no era conveniente, que sólo se necesita una minoría de ciudadanos activos en
el sistema y que la apatía y desinterés de la mayoría son necesarios para la
estabilidad del sistema (Zamarrón, 2006). Esta es la teoría elitista de la
democracia, que entre otras cosas nos resume Zamarrón (2006) que esta teoría
también afirma que:
los grupos de menor nivel socioeconómico son,
también, los menos activos políticamente y, debido a que la personalidad
predominante en este grupo es de tipo autoritario, un aumento de su
participación en política puede conducir a un descenso del consenso en torno a
las normas y, por lo tanto, resultar peligroso para la estabilidad del sistema;
que la falta de participación del ciudadano promedio no se debe necesariamente
a la falta de educación, a la pobreza o a que no cuenta con la suficiente
información, sino que no tiene la experiencia necesaria o la capacidad
argumentativa suficiente para participar en política, lo cual debe aceptarse
natural, por lo que la ciudadanía debe sólo reaccionar a las iniciativas y
políticas de las elites en competencia, o bien, que una participación extensa
produce una sobrecarga de demandas a las que el sistema no puede responder
dando origen a una crisis de gobernabilidad. (Pág. 38)
Este tipo de afirmaciones las
encontraremos continuamente en esta teoría y principalmente en teóricos como
Robert Dahl y Giovanni Sartori. Y aunque en ocasiones podamos encontrar
evidentes contradicciones son teóricos con una evidente fuerza en la discusión
que nos atañe en este momento. Pero siguiendo con nuestra revisión
encontraremos como este tipo de afirmaciones se repiten con diferentes teóricos
encontrando un punto de quiebre con la siguiente afirmación que encuentra
Zamarrón (2006) en la siguiente afirmación de Berelson:
Si
toda la población estuviera fuertemente involucrada en política, la democracia
tendría pocas posibilidades de sobrevivir desde esta perspectiva, pues para
Berelson el interés extremo puede derivar en un partiradismo y fanatismo que
destruya al sistema democrático si se generaliza en toda la población, por
esto, este autor considera que la solución a muchos problemas políticos reside
precisamente en la desafección de la política, ya que un interés reducido deja
espacio para operar cambios políticos necesarios para una sociedad compleja.
(Pág. 42)
De aquí que muchos teóricos se
encontraran en posiciones contrapuestas continuamente, pues para los
reaccionarios de esta teoría no conciben la justificación de la creciente
apatía política para la preservación del sistema democrático, ni mucho menos
una visión pasiva del ciudadano dentro del sistema político para que las elites
sean quienes tomen las decisiones.
De aquí que se empezaran a desarrollar
teorías de la participación democrática, las cuales articulan un enfoque de la
participación que no sólo se reduce a que por medio de esta se lucha contra la
desigualdad social, sino que se le añade una función educativa y de esa manera
se asegura que la participación sea una acción política responsable tanto
individual como social. De esta manera es que los individuos aprenden a tomar
en consideración intereses mucho más amplios que los personales, para poder
obtener de esa manera la cooperación de los demás y de esta manera vincular
tanto intereses privados como colectivos (Zamarrón, 2006).
De este tipo de concepciones se
encuentra Carole Pateman y Benjamin Barber. La primera asegura una relación
directa entre una comunidad democrática y una sociedad participativa. Una
sociedad participativa debe entenderse como aquella donde el sistema político
ha sido democratizado y la socialización se da por el proceso inmediato de la
participación. El objetivo es lograr que los individuos tengan mayor autonomía
sobre sus vidas y su entorno mediante una participación activa en todas
estructuras de poder (Zamarrón, 2006). El segundo afirma que las democracias
participativas son comunidades autogobernadas por ciudadanos con intereses
homogéneos capaces de perseguir intereses comunes, capaces de actuar mediante
actitudes cívicas e instituciones netamente participativas (Zamarrón, 2006).
Por otro lado, surgió una teoría que
apoyaría este tipo de concepciones, pero que se distinguiría de estas debido a
que esta se caracteriza por su premisa más importante: el diálogo. La teoría de
la democracia deliberativa se apoya en un tipo de participación ciudadana que
involucra sustancialmente el diálogo entre ellos para lograr un punto de
acuerdo común en la toma de decisiones políticas. Aquí debemos entender según
Elster (2001) et al. que “la deliberación es una forma de debate cuyo objeto es
cambiar las preferencias que permiten a la gente decidir cómo actuar. La
deliberación es política cuando lleva a una decisión que compromete a una
comunidad” (Pág. 183).
Por otro lado cabe mencionar también
que la deliberación se sustenta en un razonamiento público entre ciudadanos
iguales, que toman decisiones legítimas en el diálogo para accionarlas
políticamente. Según lo anterior para Elster et al. “la deliberación alude a
una clase especial de discusión – que implica la seria y atenta ponderación de
razones a favor y en contra de alguna propuesta –, o bien a un proceso interior
en virtud del cual un individuo sopesa razones a favor y en contra de
determinados cursos de acción” (Pág. 88).
Por eso, autores como Nino (1997)
apuestan por este tipo de democracia debido a que ven en ella una autorrealización
del individuo mucho más liberal que la de las democracias actuales por lo
siguiente:
Esta
teoría presupone la premisa, aceptada por Mill, de que nadie es mejor juez de
sus propios intereses que uno mismo. Esta premisa presupone otras proposiciones
metaéticas y empíricas. Por ejemplo, Las proposiciones metaéticas respecto del
principio de autonomía personal que sostienen que los intereses de los
individuos deberían estar determinados por sus elecciones. Esto también implica
ciertas proposiciones empíricas respecto de la posibilidad de extender el
acceso de las propias personas a sus deseos y preferencias. (Pág. 166)
Vemos entonces, que las concepciones
deliberativas tratan de llevar mucho más allá la participación democrática
mediante el diálogo. Sin embrago, todo este bagaje teórico brevemente expuesto,
nos deja la disyuntiva de si la democracia es incluyente o excluyente.
1.3
¿Hacía dónde ir?
Las teorías antes
revisadas reflejan posturas muy marcadas respecto a la inclusión o exclusión de
la participación ciudadana. Esto pareciera reflejar fielmente la premisa con la
que empecé esta discusión, en la que dependiendo del juicio que tengamos sobre
lo que es la democracia; serán los alcances y límites que le fijemos a ésta. Y
los mismos teóricos antes revisados fijan sus críticas a las distintas
concepciones democráticas de acuerdo a su juicio y prescripción. Por ejemplo Sartori
(2007) ve los límites de la democracia participativa en cuanto a la cantidad de
individuos que puedan participar en ella:
Si
participación es tomar parte en persona, entonces la autenticidad y la eficacia
de mi acción de participar está en relación inversa con el número de
participantes. Así, en grupo de cinco mi acción de tomar parte vale (pesa,
cuenta) un quinto, en un grupo de cincuenta un cincuentavo, y en grupo de cien
mil casi nada. En suma, participar puede considerarse una fracción cuyo
denominador mide la parte (e peso) de cada participante; y a medida que crece
el denominador, va disminuyendo el peso de la participación individual. Eso
implica que la participación es una panacea de piernas cortas, y por lo tanto
no puede ser esa panacea general que enarbolan los participacionistas. He aquí
por qué el participacionista no se pronuncia: no quiere admitir, ni siquiera a
sí mismo, que sus piernas son medibles y que resultan ser piernecitas enanas.
(Pág. 95)
La misma postura la refleja Dahl
(1992) en su libro La democracia y sus
críticos, ya que el afirma que las democracias modernas (a gran escala) son
inconcebibles y no son reales debido a la imposibilidad de participar como
sugieren las antiguas concepciones democráticas, por lo que lo lleva a
configurar un concepto que se acerque a describir los ordenes políticos que se
hacen llamar democráticos. Y bajo esa perspectiva, acuña el término poliarquía
con el que describe sistemas políticos de baja intensidad participativa y con
mecanismos electorales para la competencia entre elites para los distintos
ordenes de gobierno. Para Dahl, la participación es sólo importante en el
ámbito electoral ya que este confiere legitimidad del gobierno en cuestión,
mientras que la capacidad para participar en todos los aspectos públicos se
restringe por el número elevado de individuos que puedan participar. Esta premisa
la discute en debate ya clásico, y la retoma en una conversación que se lleva a
cabo entre Jean Jaques y James, donde el primero defiende una visión más
incluyente y participativa de la democracia y el segundo una visión más
restrictiva de ésta:
Jean – Jaques: Vamos, vamos, James… ¡yo
también puedo hacer cálculos aritméticos! Pero… ¿no son engañosos? Pues no
todos los que asisten quieren participar hablando o tienen que hacerlo. Entre
veinte mil sujetos no hay veinte mil puntos de vista diferentes sobre un tema,
en particular si los ciudadanos se reúnen en la asamblea después de haber
discutido el asunto durante varios días, semanas o meses. Cuando se congreguen,
probablemente sólo queden dos o tres opciones para un debate serio, así que
unos diez oradores, digamos, que dispongan de media hora cada uno para exponer
sus argumentos podrían bastar. O digamos cinco oradores a razón de media hora
cada uno, con lo cual quedaría mucho tiempo para las preguntas o aclaraciones,
supongamos que estas intervenciones llevan cinco minutos cada una: ello
permitiría la participación de treinta personas más.
James: ¡Bravo! Fíjese lo que acaba de
demostrar: treinta y cinco ciudadanos pueden participar activamente en una
asamblea dirigiendo la palabra al resto… ¿y qué puede hacer el resto? Se lo
contestaré: puede escuchar, pensar y vota. Así pues, en una asamblea de veinte
mil sujetos, menos de dos décimos del uno por ciento participan activamente, y
más del 99,8% participan sólo escuchando, pensando y votando. ¡Que gran
privilegio, su democracia participativa! (Pág. 274)
Por otro lado, también se argumenta
que la participación de masas es poco conveniente debido a que son proclives
para actuar irracionalmente en conjunto, por lo que fácilmente pueden poner en
riesgo la estabilidad del sistema político. Argumentos como estos los
encontramos con Schumpeter, quién sostiene que las personas actúan con poco
sentido de responsabilidad y con un nivel de energía intelectual bajo cuando se
agrupan en masas, y aún esta irracionalidad puede extenderse cuando las masas
son susceptibles a los medios de comunicación (Zamarrón, 2006).
Mientras que las críticas a las
teorías inclusivas de la democracia giran entorno a los límites participativos
de cantidad en democracias a gran escala (Estados - Nación) y la irracionalidad
de sus ciudadanos para actuar en los asuntos públicos, las críticas para las
teorías excluyentes giran en un primer aspecto a que esas teorías fundamentan
una sobreposición del liberalismo sobre la democracia, permitiendo así a las
élites funcionar sin el estorbo igualitario de la democracia. Peter Bachrach
(1967), uno de los críticos de la teoría elitista de la democracia, no explica:
En
pocas palabras: la cuestión se centra en proteger al liberalismo de los excesos
de la democracia, antes que utilizar los medios liberales para avanzar hacia la
materialización de los ideales democráticos. En la nueva teoría el valor
fundamental es el equilibrio político. Así la pasividad política de la gran
mayoría del pueblo no se toma como un elemento del deficiente funcionamiento de
la democracia, sino, por el contrario, como una condición necesaria para
permitirle a la élite funcionar en forma creativa. Los aspectos empíricos y
normativos de la teoría se complementan: empíricamente, comprobamos que las
masas son, en términos comparativos, poco confiables, pero pasivas como regla
general, y que las élites son comparativamente confiables y cumplen un papel
preeminentemente en la adopción de las decisiones importantes para la sociedad.
El sistema vigente tiende a transformarse en el sistema deseado. (Pág. 62)
Es por ello que Macpherson decía que
este modelo sólo ofrecía una explicación y justificación para el actual orden
de los sistemas políticos existentes en las democracias occidentales; por lo
que concebía al modelo realista en un sentido totalmente negativo, que refleja
una sociedad incapaz de ir más allá del mercado oligopólico, de la desigualdad
económica y del papel de consumidores (Zamarrón, 2006). De esta manera, resulto
poco lógico la afirmación de Sartori que retoma Bachrach (1967) donde “…para él
la función principal de la élite es frenar a las masas, impedirles caer en la
tentación de lo que él llama perfeccionismo, y las trampas de la demagogia”
(Pág. 73). Bajo esta lógica, resulta competente decir quién frena a las elites
en su compulsión por incrementar su poder y satisfacer sus intereses por sobre
el bien común. ¿Acaso Sartori cree que las élites tienen una gran capacidad
cívica o moral para siempre conducirse sobre valores democráticos que les
permitan decidir a favor del interés común? ¿Qué nos dice que realmente una
élite es lo suficiente capaz de gobernar? ¿Realmente es justificable como lo
hace Sartori que las élites deben frenar una ola de demandas irracionales?
¿Acaso es que ellas saben lo que es necesario o primordial? Lo dudo mucho, pues
parece que se ignora que las élites velan también por sus intereses. Y si una
élite es capaz de gobernar porque esta compite en elecciones y las gana, esto
no demuestra su capacidad, sino que se ignora la gran influencia mediática para
dirigir las decisiones. Campos que el mismo Sartori ha estudiado, y de los que
sabe su peligrosidad; por eso sorprende que ignore que la demagogia ahora se
permite en la competencia democrática. Por otro lado, también se olvida que de
no presionar al sistema a responder a la voluntad ciudadana, ¿qué obliga a las
élites a responder?, nada precisamente, sólo incrementa el déficit de
representatividad y se justifica el despotismo aristocrático con un rostro
democrático.
De esta forma, es plausible coincidir
con Bobbio (2012) cuando afirma que “si la democracia no ha logrado derrotar
totalmente al poder oligárquico, mucho menos ha conseguido ocupar todos los
espacios en los que ejerce un poder que toma decisiones obligatorias para un
completo grupo social” (Pág. 34). Bajo esa perspectiva, podría decirse que las
democracias modernas tienden a centralizar el poder debido a que al implementar
un sistema cerrado de participación, como lo es modelo de la democracia
representativa. Este modelo tiene una visión reduccionista del ciudadano en su
que quehacer democrático, esto es, que lo reduce a una participación electoral,
sin capacidad de sumarse a las amplias tareas públicas. La centralización del
poder en los representantes no se traduce realmente en una democracia expresa y
representativa, menos aun si no existen mecanismos de inclusión en la toma
decisiones públicas e instrumentos de control sobre el representante.
De acuerdo a lo planteando
anteriormente, la dirección hasta ahora trazada (y puesta en práctica en
nuestra actualidad) por los teóricos de la doctrina de la teoría elitista no me
es de ninguna forma viable.
Nun (2002) exhorta a que “es
imprescindible recuperar esa perdida visión de la democracia como gobierno del
pueblo, tanto parar protegerla de las asechanzas del populismo como para
fomentar un activo debate público acerca del alcance y de los límites del
gobierno de los políticos” (Pág. 213). Y si bien es necesario buscar nuevas
alternativas que reivindiquen el papel del ciudadano dentro de la democracia,
también es necesario que se redireccione el curso de las decisiones públicas
dentro de los sistemas democráticos.
Mi alternativa, es la democracia
deliberativa, pero aun no tocare el tema hasta nuestro último capítulo. Antes,
hay que puntualizar ciertas debilidades del actual modelo representativo de
democracia.
2
Un sistema cerrado: Democracia representativa
2.1
Los límites de la
Democracia Representativa
Antes de puntualizar los aspectos que
analizaremos en este capítulo, tenemos primero que definir qué es lo que entendemos
por democracia representativa; para de esta manera identificar los supuestos
conceptuales que se encierran en esta y cuáles son sus operaciones prácticas
dentro de los sistemas políticos.
Ahora bien, qué debemos entender por
democracia representativa, ¿qué es la representación y qué implicaciones tiene
en la democracia? Bobbio (2012) señala:
En
términos generales la expresión democracia representativa quiere decir que las
deliberaciones colectivas, es decir, las deliberaciones que involucran toda la
colectividad, no son tomadas directamente por quienes forman parte de ella,
sino por personas elegidas para este fin; eso es todo. (Pág. 52)
Si
bajo esta idea opera la “representación”, qué efectos supone la reducción de
decisiones en la vida pública a un conjunto de individuos investidos por la
elección popular, que es en sí, el único ejercicio “democrático” que ejercen
los ciudadanos y al único que se someten las élites en este tipo régimen.
Los
efectos a mi parecer, se traducen directamente en una precaria representación
política de los distintos grupos sociales dentro de las instituciones
políticas, debido a la restricción participativa y deliberativa a las que ha
sido sujeta la ciudadanía; pues los espacios formalmente reconocidos son
mediante la representación intermedia. Esto consecuentemente, deriva en una
centralización del poder, de las decisiones y del debate público; lo cual
inhibe la participación política ciudadana y tiende a incrementar la apatía
política dentro de ella. Entonces, siguiendo esa línea, tenemos tres aspectos
importantes a analizar: representación, apatía política y debate público, los
cuales estudiaremos a continuación.
2.2 El déficit
representativo
Ciertamente, Bobbio (2012) acierta
cuando afirma que “La democracia representativa…es en sí misma la renuncia al
principio de libertad como autonomía” (Pág. 33). Esa renuncia esta dada (como
ya he mencionado antes) mediante la aceptación de espacios formales únicos, que
consisten en la intermediación representativa. Nino (1997) considera sobre lo
dicho antes lo siguiente:
La
intermediación de los representantes en la discusión y decisión podría
beneficiar el proceso desde el punto de vista de un mayor conocimiento técnico,
pero esto debilita la conciencia y la consideración de los intereses de la
gente involucrada en diferentes conflictos. Mientras tal conciencia es crucial
para el logro de la imparcialidad, los representantes que generalmente
pertenecen a sectores más o menos definidos de la sociedad, pueden muy bien
carecer de experiencia referida a modos de vida que determinan otras
preferencias. Además, la intermediación de un representante, como la de un
funcionario público, siempre conlleva la posibilidad de que éste anteponga sus
propios intereses al manejar un negocio que se le ha confiado. (Pág. 184)
Nino considera que la representación
tiene los beneficios de la especialización de individuos que son aptos para los
problemas públicos, sin embargo, la reducida visión del representante lo lleva
a tomar decisiones parciales, que en todo caso, son la consideración de qué
intereses se han incluido y cuáles se han excluido; o bien, son simplemente
decisiones egoístas del representante en cuestión. Por eso, él mismo encuentra
que “la mediación a través de representantes es una de las distorsiones
principales de la democracia que alejan del valor epistémico máximo dado en la
discusión moral ideal” (Pág. 205). Y ese mismo reducido grupo de individuos que
toman decisiones para una colectividad provoca la fractura en el proceso
deliberación, lo que nos lleva a cuestionar la confiabilidad del proceso de
toma de decisiones (Nino, 1997). Bajo esa perspectiva, mucho se cuestiona sobre
la capacidad que realmente tiene este tipo de democracia, ya que sus
instituciones cuentan con muy poca amplitud para ocuparse de intereses tan
diversos. Sobre esta cuestión Elster at el. (2001) escribe:
…el
sistema parece estructuralmente incapaz de tomar en cuenta los puntos de vista
de todos los afectados para la toma de decisiones. Así, la virtud epistémica
del sistema institucional es fuertemente menoscabada: hay infinidad de grupos
de los que ocuparse, que no tienen posiciones uniformes, y es casi imposible dotarlos
de voz institucional. Por otro lado esta ausencia de puntos de vista
pertinentes afecta (lo que he denominado) la virtud motivacional del sistema.
En efecto, no existen buenas razones para creer que los que tienen el poder
tendrán incentivos para proteger los intereses de los individuos comunes como
si fueran propios. (Págs. 335 – 336)
De esa misma manera, se cuestiona si
realmente es lógico que las sociedades se apoyen en mecanismos como las
elecciones directas e indirectas o incrementar el tamaño de los distritos con
el fin de lograr una representación plena. Lo que realmente puede resultar
difícil, sino imposible, concebir mecanismos que aseguran la representación de
toda una comunidad (Elster et al., 2001).
2.3
Apatía política y debate público
Los problemas que veremos a
continuación, son el reflejo de la crisis que sufren los regímenes democráticos
en su interior, debido a la centralización del poder en unos cuantos
individuos. La concentración de las deliberaciones relevantes para una
comunidad en unos cuantos, inhibe la participación y juicio de los ciudadanos
sobre los asuntos públicos que puedan ser de su interés, aunado a que esta
situación contribuye a la ignorancia del ciudadano sobre la cosa pública. Y en
sentido, la ausencia de una opinión ciudadana sólo nos habla sobre la evidente
apatía que se tiene sobre la política, y su nulo interés para agregarse al
debate público. Incluso el mismo Sartori (2007) reconoce la verdadera
importancia que tiene la opinión del ciudadano, y nos dice:
Un
pueblo soberano que no tiene de suyo nada que decir, sin opiniones propias, es
un soberano vacío, un rey de cartón. Y por lo tanto todo el edificio de la
democracia se apoya, en último término, en la opinión pública; y en una opinión
que sea verdaderamente del público, que de alguna forma nazca del seno de los
públicos que la expresan. (Pág. 72)
La opinión ciudadana es primordial
dentro de los regímenes democráticos, sin embargo, tenemos dos aspectos que
analizar para entender lo endeble que se ha vuelto la opinión pública dentro de
las democracias modernas. En primer lugar, los medios de comunicación masivos
juegan hoy en día un papel primordial, debido a que estos proveen de
información a los individuos para después evaluarla y articular una opinión. Y
en segundo lugar, cuáles son los mecanismos que captan estas opiniones y las
accionan en una supuesta participación ciudadana.
Vallamos pues a nuestro primer
análisis, los medios de comunicación. Estos son de destacarse por su gran
capacidad de influir en la formación de la opinión pública (Cansino, 1994). La
relevancia de los medios en la modernidad se debe a la gran avalancha de
información que pueden proveer a los individuos, ya que es mediante la
información que individuo y contexto (espacio – tiempo) se enlazan
continuamente, lo que les permite emitir un juicio en medida de lo que ahora
saben.
Es por ello, que ahora muchos
investigadores ponen especial atención a si los medios de comunicación
contribuyen a la estabilidad y crecimiento de los regímenes democráticos o si
es en su detrimento. Por lo anterior, Cansino (1994) afirma que:
Existe
pues una estrecha relación entre la democracia y el papel de los medios,
entendiendo a éste como la capacidad de informar objetivamente a la sociedad y,
en ese sentido, de contribuir a la conformación de una opinión pública
interesada y en alguna medida involucrada en el acontecer nacional. (Págs. 2 –
3)
Pero, también existe la posibilidad
que sea en sentido contrario como lo he mencionado. Y bajo esa misma dirección
es la problemática que Sartori (2007) plantea al explicar que es sumamente
difícil encontrar opiniones meramente autónomas, las cuales son vitales dentro
de una democracia y mientras más genuinas son, estas realmente expresan los
intereses de una sociedad. Veamos lo que nos dice:
El
nexo entre opinión pública y democracia es primordial: la primera es el
fundamento sustancial y operativo de la segunda. De ahí la importancia de cómo
se forma esta opinión y de la forma que se le da. La opinión pública no es
innata: es un conjunto de estados mentales difundidos (opinión) que interactúan
con flujos de información. Y el problema lo plantean con flujos de información.
El público más que nada, los recibe. ¿Cómo asegurarse entonces de que las
opiniones en el público (recibidas) sean también opiniones del público? En
suma, ¿cómo hacer prevalecer una opinión pública autónoma? ¿Y en qué momento,
por el contrario, la opinión pública se vuelve heterónoma?
Durante
los tiempos en que el grueso del flujo de la información venía de los
periódicos se consideraba que los procesos de formación de la opinión permitían
su formación espontánea. La autonomía de la opinión pública ha sido ampliamente
aplastada, por otra parte, por la propaganda totalitaria y entra en crisis de
vulnerabilidad, con la aparición de la radio, y más con la televisión.
Está
claro que la distinción entre autonomía y heteronomía de la opinión pública se
remite a tipos ideales que no existen, en estado puro, en el mundo real. La
distinción fija los polos extremos de un continuo a lo largo del cual
encontraremos, en concreto, distribuciones de predominios, es decir, estados de
opinión preponderantemente autónomos o preponderantemente dirigidos desde
fuera. (p. 76 – 77)
Por este motivo, resulta difícil
concebir opiniones que no estén influenciadas por un actor o actores con
intereses sumamente definidos y que persiguiéndolos los pongan a colación
mediante la opinión pública. Por otro lado, hay un problema adyacente, el cual
se encuentra en la competencia que genera el mercado dentro de los medios de
comunicación. Los cuales ya no se centran en ofrecer información objetiva y
confiable, sino información que pueda agradar al “consumidor”, por lo que
destinaran menos espacio a asuntos políticos (Cansino, 1994), o transformando
estos en espectáculos superficiales preparados para entretener (Nino, 1997). Esta
situación, lo que único que genera es un razonamiento público débil, donde los
individuos no pueden más que escandalizarse burdamente y formular un juicio de
reprobación, y posiblemente también una reflexión lánguida acerca de cómo
solucionar los problemas que aquejan esta sociedad.
Ahora bien, la política también ha
sufrido una distorsión con la adopción de la lógica de mercado, sobre esto
Cansino (1994) nos comenta:
…
la política también funciona con la lógica del mercado, de tal suerte que los
partidos intercambian política a cambio de votos. Así no se espera que los
ciudadanos se involucren en política, sino que solamente emitan su voto. Por su
parte, los ciudadanos invertirán más que el tiempo mínimo necesario para emitir
su preferencia, pues no están dispuestos a sacrificar mucho tiempo para
formarse una opinión razonada y precisa de los contendientes. De aquí que la política
moderna concentre buena parte de su atención en los mecanismos de
propaganda política y de persuasión más que de información. (Pág. 3)
De aquí, que resulte realmente
inconcebible de esta manera que el ciudadano tome decisiones en función de
spots y no de una profunda reflexión de los asuntos públicos para contrastarlas
con propuestas lógicas y coherentes que resuelvan los problemas de la sociedad.
No es de sorprender entonces, la afirmación que hiciera anteriormente, donde
mencione que bajo este status quo donde operan las supuestas democracias
modernas se permita la demagogia bajo las reglas y la competencia democrática.
Ahora bien, pasando a nuestro último
aspecto que se refiere a ciertos espacios de participación que pretenden una
cierta inclusión de la ciudadanía en la toma de decisiones públicas,
encontraremos que estos mecanismos son ciertamente débiles y altamente
manipulables. Débiles, debido a su alta restricción deliberativa; y
manipulables debido a lo ya expuesto con anterioridad, pues el debate público
que se lleva dentro de los medios de comunicación, lanza flujos de información
que se inclinan hacia una postura o intereses dentro de este debate que
influencia la toma decisiones. Me refiero exactamente a métodos como el
“referéndum”, el “plebiscito” o la “iniciativa ciudadana” que, aunque pretende
fijar una opinión de la ciudadanía dentro de los asuntos públicos, esta resulta
ser una discusión poco más que pobre dentro de la esfera pública, porque,
dentro de ella ya se encuentran inmiscuidos intereses que no reflejan una
opinión pública autónoma. Y, a pesar, de que fuera una expresión directa de las
opiniones de los ciudadanos, ellas no reflejan una discusión genuina, pues el
debate se definió por un “si” o por un “no” (Nino, 1997).
Las discusiones validas son en la
medida en la que se permiten agregar argumentos que fijen una postura, y, esta
sea debatible o comprobada por terceros mediante un exhausto ejercicio
deliberativo. Nino nos comenta que:
En
una discusión los propios participantes son los que formulan las preguntas,
expresan sus intereses y tratan de justificarlos frente a otros. Una discusión
no es una mera suma de reflexiones individuales que operan de forma aislada,
sino que es un proceso colectivo en el cual la posición de cada participante se
vuelve cada vez más focalizada como consecuencia de reaccionar a los argumentos
de otros. La reflexión de cada uno se ve así enriquecida por las de los demás.
(Pág. 210)
Estas restricciones que hemos
encontrado a lo largo de estos apartados, sólo nos deja una percepción un tanto
muy negativa de nuestras democracias actuales, pero más bien mi intención es la
de arrojar la pregunta de si en verdad ¿la democracia es el gobierno del
pueblo?
2.4
¿Gobierno del pueblo o gobierno de los políticos?
Parece ser, que la democracia no ha
resultado ser la forma de gobierno para la que fue creada. Pareciera ser que en
realidad no logro derrotar a la oligarquía como nos dijo anteriormente Bobbio y
que ahora se perpetúa dentro de un holograma de la democracia. Y obviamente,
era cuestión de tiempo de que se hicieran críticas como las que ya hemos visto,
pues es realmente cuestionable el actual orden de los llamados regímenes
democráticos. Y de que teóricos como Nun (2002) lleguen a conclusiones como las
siguientes:
…nos hallamos ante una democracia representativa que
se asume sin mayores reparos como el gobierno de los políticos sino que, en
este caso, se trata de políticos que, en general y so pretexto de las
exigencias de la globalización o del temor a la fuga de capitales, aceptan
sumisamente los pesados condicionamientos que les imponen las fuerzas
económicas dominantes. (Pág. 196 – 197)
Este autor, ha vislumbrado en los
actuales regímenes democráticos la consolidación de la actual desigualdad
política, económica y social que aqueja a la mayoría de los países. Ya que Nun
(2002) nos asegura que:
Para afianzar el gobierno representativo, los
políticos no movilizan seriamente a los sectores populares sino que tienden a
buscar el apoyo de las mismas burguesías locales y extranjeras que antes
medraron las dictaduras y que hoy lucran con las privatizaciones o los negocios
financieros. La consecuencia es que hoy asistimos a una enorme concentración,
no sólo del ingreso y de la riqueza, sino también del poder y de las ideas que
se suponen aptas para promover el crecimiento económico y fijar los alcances de
la propia democracia. (Pág. 199)
¿Cómo
solucionar estos desperfectos que ha generado el actual modelo que rige a un
sin número de países? Posiblemente no haya otra salida que la que el mismo
autor sugiere al decir que “los defectos de la democracia sólo se corrigen con
más democracia” (Pág. 200).
3
En busca de una alternativa
3.1 La
democracia deliberativa
Nino (1997) nos dice que “el diálogo
es el mecanismo a través del cual la democracia convierte las preferencias
autointeresadas en preferencias imparciales” (Pág. 202). Esta es una de las
principales premisas que se encuentran dentro de la concepción de la democracia
deliberativa. La deliberación es clave para entender esta teoría, pero más aún
el reto que nos ofrece al buscar o generar los espacios dónde el ciudadano
pueda deliberar continuamente sobre los asuntos públicos que implican la
solución de problemas o el mismo crecimiento dentro de su comunidad. Por eso,
el politólogo debiera cambiar su percepción al adentrarse al estudio de la
evolución democrática dentro de un país como lo sugiere Bobbio (2012):
…
cuando se desea conocer si se ha dado un desarrollo de la democracia en un
determinado país, se debería de investigar no si aumento el número de quienes
tienen derecho a participar en las decisiones que les atañen, sino los espacios
en los que pueden ejercer ese derecho. (Pág. 35)
Este enfoque trata de darnos a
entender que “…la democracia es un sistema de ordenamientos sociales y
políticos que vincula institucionalmente el ejercicio del poder con el
razonamiento libre entre iguales” (Elster et al., 2001, p. 244). Si el
ciudadano se enseña a mantener discusiones en lugar de formular propuestas y
luego votarlas desarrollaría dentro de sí habilidades y virtudes a favor del
desarrollo de una cultura política democrática (Elster, 2001).
Lo que trato de defender aquí es una
visión mucho más amplia de la democracia, que pretende reivindicar su valor
epistémico, así como el papel que primordialmente ocupa el ciudadano dentro de
ella. Cortina (1998) nos habla sobre esto:
El
ciudadano es, desde esta perspectiva, el que se ocupa de las cuestiones
públicas y no se contenta con dedicarse a sus asuntos privados, pero además es
quien sabe que la deliberación es el procedimiento más adecuado para tratarlas,
más que la violencia, más que la imposición; más incluso que la votación que no
es sino el recuso último, cuando ya se ha empleado convenientemente la fuerza
de la palabra. (Pág. 44)
La autonomía que se le devuelve al
ciudadano desde esta teoría, vislumbra al ciudadano total que debe haber dentro
de la democracia, un individuo al que no le estorba la esfera pública, sino que
demanda ser parte de ella para autorrealizarse como individuo, pues este no se
conforma ni se limita dentro de la esfera privada. Cortina (1998) bajo esa
perspectiva nos presenta una reflexión:
Ante
la pregunta clásica, que continúa abierta en nuestros días, ¿qué es una vida
digna de ser vivida?, la respuesta desde esta perspectiva sería la siguiente:
la del ciudadano que participa activamente en la legislación y administración
de una buena polis, deliberando junto con sus conciudadanos sobre qué es para
ella lo justo y lo injusto, porque todos ellos son capaces de palabra y, en
consecuencia, de socializad. La socialidad es capacidad de convivencia, pero
también de participar en la construcción de una sociedad justa, en la que los
ciudadanos puedan desarrollar sus cualidades y adquirir virtudes. Por eso quien
se recluye en sus asuntos privados acaba perdiendo, no sólo su ciudadanía real,
sino también su humanidad. (Pág. 46)
La idea de que los individuos
recuperen su espacio dentro de la esfera pública esta muy lejos de concebirse
como lo pensó Bobbio (2012) al escribir que “…el ciudadano total no es más que
la otra cara, igualmente peligrosa, del Estado total” (Pág. 50). Este es el
pensamiento característico de individuos que bajan los brazos y no se atreven
plantear alternativas que lo lleven a desafiar lo establecido. Es el
pensamiento que asume al Estado como el padre que no le puede conceder a sus
hijos (los ciudadanos) la capacidad de decidir por si mismos:
Cuando
un joven se rebela contra el padre porque este, tratando de defender los
mejores intereses de su hijo, actúa en lugar de él, no lo hace sólo porque
quizá su padre no conozca cuáles sin sus mejores intereses, sino también porque
está en juego su dignidad, la necesidad de valerse de sus propios medios. De la
misma manera, parecería lógico suponer que, para el pleno desarrollo de su
personalidad adulta, tanto los hombres como las mujeres necesitan contar con la
oportunidad y el desafío de participar en la vida pública más allá de las urnas
y del pago de impuestos. (Bachrach, 1967, Págs. 70 – 71)
Veamos pues, cuáles son los beneficios
que pueden alcanzarse en la deliberación, y por los cuáles el ciudadano puede
desarrollarse y crecer en un entorno plenamente democrático. Entorno que sólo
puede existir dentro una participación activa en la deliberación, para llegar a
una verdadera representación plena en la vida pública y decisiones imparciales
que realmente expresen la voluntad popular.
3.2
La importancia del diálogo en la democracia
La importancia del diálogo en la
democracia, reside en el hecho de que se encuentran por lo menos tres razones
que desencadenan varios beneficios para la vida democrática. El primero, tiene
que ver que en la deliberación se “revela información privada”. Es decir, que
cuando se delibera los individuos expresan sus preferencias, o sea, las
inclinaciones que tienen referente a ciertas posturas o su indeferencia
respecto a otras; revelando así los matices de sus preferencias (Elster et al.,
2001).
La segunda ventaja que se obtiene en
la deliberación, es que por medio de esta se reduce la “racionalidad limitada”.
Es decir, cuando los individuos se encuentran inmersos en una discusión de
determinada cuestión, los participantes pueden enriquecer con sus conocimientos
y experiencias la discusión; provocando consecuencias fortuitas como la
posibilidad de que los individuos piensen en aspectos que habían omitido, o en
un segundo caso, a encontrar problemas adyacentes que no se habían considerado
(Elster et al., 2001).
Y la tercera ventaja, es la
posibilidad que ofrece la deliberación para fomentar una formación cívica del
ciudadano para participar con propuestas mucho más incluyentes, esto es, porque
la gente se enseña a actuar de forma imparcial y se enseña a escuchar primero a
sus semejantes, lo que mejora la capacidad de convivir en un entorno
democrático (Elster et al., 2001).
Los beneficios se traducen ciertamente
a concebir las resoluciones democráticas mediante la deliberación, y ya no
mediante a ese aparente cliché que se tiene de la democracia para resolver
conflictos mediante el voto. El voto de hecho es un recurso último, y este tipo
de decisiones implican lo siguiente, según Elster et al. (2001):
La
votación por sufragio secreto es un acto privado y en cierta medida anónimo.
Efectivamente, la privacidad y el anonimato constituyen el sentido mismo de
este sistema. Sin embargo, los beneficios obtenidos a raíz de estas
características (libertad para votar de acuerdo con la propia conciencia sin
presiones sociales o, lo que sería peor presiones de otro tipo, y mayores
dificultades para quienes comprarían votos) pueden tener también su costo. Una
consecuencia de la privacidad y el secreto es que el votante no tiene ninguna
obligación de ofrecer justificación ni razón pública. De modo que nada le
impide sufragar de acuerdo con sus propios intereses, sin ninguna consideración
respecto de lo que sería una buena decisión para la comunidad. (Pág. 76)
El debate no sólo debe fomentar la
oportunidad de llegar al consenso antes que votar, sino que, de las
resoluciones que obtengan de esta, serán acatadas de forma voluntaria porque se
tendrá la impresión de haber llegado a la mejor decisión posible mediante
diálogo, no mediante la imposición del voto (Elster et al., 2001).
La cultura que intenta fomentar este
modelo de democracia, es la del poder del razonamiento público, estableciendo
las condiciones de comunicación bajo las cuales pueda darse el ejercicio
discursivo, del cual emane una opinión genuinamente ciudadana;
institucionalizándose la voluntad y opinión como ejercicio del poder político
(Elster et al., 2001). He aquí la gran importancia de la deliberación en un
régimen democrático. La deliberación ciudadana elimina la centralización del
poder y la toma decisiones en unos cuantos individuos, debido a que se atomiza el
poder y se institucionaliza la participación en la deliberación, pues las
resoluciones que se obtengan en ella tienen ya una validez formal. Por otro
lado, se puede alcanzar a resolver uno de los problemas que se encuentran en el
actual modelo de la democracia representativa, el déficit representativo.
3.3
La representación plena ¿en verdad la alternativa de la deliberación es
plausible?
Realmente, creo que este modelo puede
llegar a resolver los problemas de representación política. Esta teoría tiene
un sentido de igualdad mucho más amplio que el del modelo hoy establecido, pues
no es concebible la visión reduccionista del ciudadano que sólo obtiene
igualdad en el ejercicio del voto. Cortina (1998) no explica esta visión:
La
igualdad se entiende aquí en el doble sentido de que todos los ciudadanos
tienen derecho a hablar en la asamblea de gobierno (isegoría) y todos son
iguales ante la ley (isonomía). La libertad, por otra parte, consiste
precisamente en ejercer ese doble derecho, tomando parte activa en las
asambleas y ejerciendo cargos públicos cuando así lo exige la ciudad.
Quien
así actúa demuestra que es libre, porque la ciudadanía no es un medio para ser
libre, sino el modo de ser libre… (Pág. 48)
La participación ya no puede entenderse
sólo bajo la dimensión del voto y la contribución en los impuestos. Un
ciudadano que se conforme con esto, es un nuevo tipo de esclavo en la
modernidad. Es mediante la participación activa, por la que se logra que el
gobierno exprese la voluntad popular (Levine y Molina, 2007).
Por lo anterior, realmente puede
afirmarse que la participación puede acercarse a un sistema plenamente
representativo, y no mediante la supuesta reflexión individual y monológica que
supone el actual sistema (Elster et al., 2001). Y por otro lado puede
resolverse incluso un problema de carácter motivacional como nos explica Elster
et al. (2001):
…la representación plena puede ayudarnos a
resolver un problema motivacional, que es el siguiente: incluso si conociéramos
perfectamente las preferencias de otros y otras, podríamos no tener motivación
para tomarlas en cuenta. En ese sentido la representación plena puede
obligarnos a respetar las demandas de otras personas. Los otros estarán allí
para hacer que las respetemos. (Pág. 325)
Ciertamente, creo plausible la
alternativa que ofrece la democracia deliberativa, pues este puede revitalizar
los regímenes democráticos y solucionar los problemas de la representación
política, la apatía política y el pobre debate público del actual modelo
democrático.
Sin embargo, no niego los retos que
suponen implementar el modelo de democracia que propongo. El primero que
vislumbro, se refiere al reto que supone introducir la deliberación dentro una
cultura política pasiva, que se ha amalgamado a un papel ciudadano que sólo
tiene cabida en el escenario electoral.
Por otra parte, el reto más difícil se
encuentra en buscar modelos institucionales que le den una capacidad formal a
los procesos deliberativos, para darles la legitimidad política que se necesita
para establecer un contrapeso a los representantes. Pero, esto es tan sólo uno
de los desafíos que supone la institucionalidad, pues también se encuentra la
gran tarea de crear mecanismos que puedan incluir la mayoría de deliberaciones
hechas por los ciudadanos, lo que implica el complicado reto del tiempo y
número. Y esto, obviamente llevado a los tres niveles de gobierno.
Y el último reto, se plantea en
incrementar los niveles de educación, a fin de elevar la capacidad cognitiva y
de competencia en los asuntos públicos. Y de esa manera hacer muy ricos y
exitosos los debates librados en la esfera pública.
No niego la complejidad de los
problemas para poder implementar esta alternativa. Pero, el hecho:
…de
que un criterio político no pueda satisfacerse no se infiere forzosamente que
se deba descartarlo para todos los propósitos prácticos. No veo razón por la
cual un principio que sirve, a la vez, como ideal al que se han de dirigir los
esfuerzos y como patrón para juzgar el progreso de un sistema político hacia el
logro de ese ideal deba, para cumplir su función, materializarse en la
práctica. (Bachrach, 1967, p. 137)
La labor de un
politólogo va más allá de estudiar lo que supuestamente ya esta dado, o lo que
aparentemente no se puede cambiar. Si este no propone alternativas que mejoren
la circunstancia del entorno social, éste sólo habrá perpetuado lo que con sus
propios ojos observo detrás de ese resguardo sin complicaciones que supone no
cuestionar las líneas teóricas que describen y fundamentan la realidad bajo
supuestos aparentemente cientificistas. En un pasado escuche que si la ciencia
política no tuviera por objeto hacer al hombre más libre, más fácil, más dueño
de su propio destino, no merecería ni un minuto de esfuerzo. El conocimiento
que genere nuestra ciencia puede avanzar hacia esos fines, ya que aún nuestra
ciencia no lo ha visto todo; pero el politólogo tiene que desafiar su
pensamiento hacia una dirección creativa que le permita profundizar en aquello
que quizá nunca se ha cuestionado.
BIBLIOGRAFÍA
Bachrach, P. (1967). Crítica a la teoría elitista de la
democracia. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu editores
Bobbio, N. (2012). El futuro de la
democracia. México D. F., México: Fondo de cultura económica
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Cansino, César. Medios de Comunicación y Democracia. Reforma, Suplemento
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Cortina, A. (1998). Ciudadanos del mundo. Hacia una
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Dahl, R. (1992). La democracia y sus
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Dahl, R. (1982). Los dilemas del pluralismo
democrático. D.F, México. Alianza Editorial
Elster, J. (Comp.) (2001). La democracia deliberativa.
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Nino, C.S. (1997). La constitución de
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Nun, J.
(2002). Democracia ¿Gobierno del pueblo o gobierno de los políticos? México
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Sartori, G. (2007). ¿Qué es la
democracia? México D.F., México: Taurus
Zamarrón, E. (2006). Modelos de
democracia. Los alcances del impulso participativo. Querétaro, México: Fondos
de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico 1759 – 6
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