Crónica
Un trasiego constante
Tras su escapada, el vaivén de
gente no termina. En el primer cubículo el borrachito retoza unos segundos y
sigue durmiendo. En el tres acaban de internar a una mujer con el brazo cortado
a causa de una farra. Le acompaña toda una comitiva de jóvenes, a quienes el
efecto del alcohol pareciera que les ha pasado de repente. En el dos, un
quejido sordo ahoga el resto de las conversaciones y lamentos. Es una mujer de
las laderas que vino con un mal en la vesícula, y se marcha porque no le
alcanza para las pruebas. En el cuarto, yace una mujer a la que un muro de
adobe se le cayó encima en el altiplano. Y en el quinto, un muchacho escuálido,
con tos tosca y cerrada, estira su cuerpo en una camilla con síntomas de
padecer una bronquitis.
Cada uno llega al Hospital de
Clínicas como puede. Unos lo hacen en ambulancia. Otros, en taxi. Y también hay
los que aterrizan en minibús. Y en sólo instantes puede producirse el milagro
de la vuelta a la vida o el peregrinaje eterno hacia la muerte. "Todo
depende de las condiciones en las que uno se encuentre. A veces, son apenas
unos minutos los que marcan la diferencia entre la vida y la muerte",
reconoce Romero. "Los días que mayor número de pacientes recibimos
—continúa— son los viernes, los sábados y los domingos".
Cuando el reloj marca la una de
la mañana, un señor de traje y corbata abandona el hospital. Le sigue el que
parece su asistente, enfundado en unos guantes negros y en un traje de buena
percha. "Antes, el centro se caracterizaba por ser el hospital de la gente
pobre, pero ahora, con la crisis, vienen personas de toda condición".
Ni por ser lunes hay tregua.
Pasadas las dos de la mañana, un grupo de cuatro policías, todos de negro,
ingresa a la sala de emergencias. "Vinieron por lo del caso de
apuñalamiento —informa Gonzales—, pero a falta de la paciente lo que están
haciendo es tomar los datos de dos intoxicados, pues se trata de claros
intentos de suicidio".
Tras la inesperada visita, el
silencio se adueña casi completamente de la sala. Son casi las 4.00. La mayor
parte de los médicos duerme. El borrachito, indigente, despierta de su letargo,
pide permiso, se acomoda en una camilla en el suelo, se cubre con una frazada y
dormita.
Su rostro es parte de los 72
latidos, de las 72 vidas, que cada día como media se encomiendan a los doctores
en el Hospital de Clínicas, a unos médicos cuyas caras también cambian cada
jornada.
Que chebre me ayudo en mucho gracias
ResponderEliminarGracias me ayudó mucho saque una buena puntuación gracias 😉👍
ResponderEliminar